Es una ficción...

No puedo evitar regresar a un lugar, por mas corto que sea el tiempo que he estado lejos, y dejar de ver a mis amigos. Los pocos que tengo en Valencia. Pero valen un libro de poesía peruana, de Vallejo, Barrenechea o Abril, ¿así era?… como tendría que decir en este caso.
Ahora lo denomino el poeta perdido y vuelto a encontrar. Si, porque tenía miedo de haber perdido la magia, su magia, pero todo era una ilusión. Ahí estaba de nuevo. Y si, lo había extrañado, me di cuenta cuando lo vi. Se lo dije. Ahora sonríe mas. Pero, no sé una vez mas, porque es que sonríe tanto.
Me envía un mensaje: ¿Quieres que llevemos los guiones para mirarlos, o ya estas harta?.
Yo respondo: Vale.
Esta vez me tocaba a mi decidir donde ir a pasar la noche de guiones. Y brindar por año nuevo. Estaba segura que el no había bailado. Yo si. Y me gustó haber bailado después de tanto tiempo, comenzar bien el año.
Como siempre, escogí encontrarnos en la Plaza del Carmen, al frente del edificio de mi master. No se para qué, porque no sabía donde ir, por eso seguro dije ahí. Cambiamos de dirección, está harto del Centro, así que nada: vamos a Benimaclet, mi barrio. A tomar horchata, bebida valenciana y leer guiones. Rico. Ni el ni yo hemos avanzado mucho escribiendo, ya no quiere leer más. Ya basta de guiones, ¿cómo estás?.
Siempre estamos bien. Esta pregunta no se hace entre nosotros, ya lo sabemos. Cada uno tiene su mundo, y es sagrado. Este es otro mundo, el de guiones.
A nosotros nos gusta divagar frente a frente.
A mi me basta una noche, me dura, inspira mucho tiempo. Siempre es sana.
Mas allá está el huerto. Te llevo a la huerta para que conozcas. Ya. Propone, acepto. Dice que nunca digo que no. Le mola, me mola. Es que fluye, no se impone. Y no es con malicia, es con impulso tierno. Yo ahora fluyo, y me gusta. Es mas humano, mas revelador, mas directo. Sin mentiras. Y digo lo que quiero, no juzga, pregunta. Pero a veces el ser humano no comprende, y vuelvo a repetirlo: generalmente las conclusiones son tergiversadas.
Te llevo a la huerta también significa otra cosa, ya me imagino; pero eso no pasará. Estamos seguros así.
A la 1 de la mañana emprendimos camino a la huerta por el carril bici. El carril bici está a la vuelta de mi casa y yo no me había dado cuenta. Y tampoco de que había una huerta con casitas de cuento que llegan hasta el mar. Y de que por ese carril bici puedes llegar a Barcelona. ¿Vamos a Barcelona?. El día que tome este camino para llegar a Barcelona será para quedarme ahí, dice. E ir a hacer el master de la Pompeu Fabra, el sueño de todo ilusionado por el documental.
Yo también voy. El ríe, sonríe. Ya.
Pasamos Alboraya, un pueblo Valenciano al norte de la ciudad, encontramos una banca en el camino y nos sentamos. Yo le propuse que baile por año nuevo, que cantaba y todo, pero no quiso. Cuando quieras bailas, para que te vaya todo bien este año, hay licencias… Yo las puedo dar, yo inventé la teoría.
Decidí abrir la botella de vino que me regaló para cuando escriba mis guiones, sorbito a sorbito. Encontré unas flores y usé la botella de florero. No paré de reír. El tampoco. Surgió la historia del violador de la huerta, del hombre que nos iba a matar. Luego le pregunté si me había llevado ahí para matarme con un cuchillo, felizmente no. Y comenzó el frío. ¿Regresamos? No, seguimos para adelante, un pueblo mas.
Ahora me pongo a pensar, divagar, es divertido.
Partimos para adelante, camino a otro pueblo. ¿Hay que botar el florero?. No, cuesta mucho. Se paró en frente del tacho de basura con el florero en la mano y me dijo: lo boto ¿o no?, y me lo acercó para que yo lo guarde. Yo negué con la cabeza y sonreí. Se quedó unos minutos pensando y dijo: bótalo tu, yo no puedo.
Se me salió: Imposible. ¡Es tu culpa! ¡Tú has provocado todo esto!
Ofuscado, lo botó con los ojos cerrados, pero me dijo que me iba a regalar otra botella para mis guiones, que si iba a poner mas flores en ella. Yo dije que sí. Entonces la botó. Y sonrió.
Mas allá está el huerto. Te llevo a la huerta para que conozcas. Ya. Propone, acepto. Dice que nunca digo que no. Le mola, me mola. Es que fluye, no se impone. Y no es con malicia, es con impulso tierno. Yo ahora fluyo, y me gusta. Es mas humano, mas revelador, mas directo. Sin mentiras. Y digo lo que quiero, no juzga, pregunta. Pero a veces el ser humano no comprende, y vuelvo a repetirlo: generalmente las conclusiones son tergiversadas.
Te llevo a la huerta también significa otra cosa, ya me imagino; pero eso no pasará. Estamos seguros así.
A la 1 de la mañana emprendimos camino a la huerta por el carril bici. El carril bici está a la vuelta de mi casa y yo no me había dado cuenta. Y tampoco de que había una huerta con casitas de cuento que llegan hasta el mar. Y de que por ese carril bici puedes llegar a Barcelona. ¿Vamos a Barcelona?. El día que tome este camino para llegar a Barcelona será para quedarme ahí, dice. E ir a hacer el master de la Pompeu Fabra, el sueño de todo ilusionado por el documental.
Yo también voy. El ríe, sonríe. Ya.
Pasamos Alboraya, un pueblo Valenciano al norte de la ciudad, encontramos una banca en el camino y nos sentamos. Yo le propuse que baile por año nuevo, que cantaba y todo, pero no quiso. Cuando quieras bailas, para que te vaya todo bien este año, hay licencias… Yo las puedo dar, yo inventé la teoría.
Decidí abrir la botella de vino que me regaló para cuando escriba mis guiones, sorbito a sorbito. Encontré unas flores y usé la botella de florero. No paré de reír. El tampoco. Surgió la historia del violador de la huerta, del hombre que nos iba a matar. Luego le pregunté si me había llevado ahí para matarme con un cuchillo, felizmente no. Y comenzó el frío. ¿Regresamos? No, seguimos para adelante, un pueblo mas.
Ahora me pongo a pensar, divagar, es divertido.
Partimos para adelante, camino a otro pueblo. ¿Hay que botar el florero?. No, cuesta mucho. Se paró en frente del tacho de basura con el florero en la mano y me dijo: lo boto ¿o no?, y me lo acercó para que yo lo guarde. Yo negué con la cabeza y sonreí. Se quedó unos minutos pensando y dijo: bótalo tu, yo no puedo.
Se me salió: Imposible. ¡Es tu culpa! ¡Tú has provocado todo esto!
Ofuscado, lo botó con los ojos cerrados, pero me dijo que me iba a regalar otra botella para mis guiones, que si iba a poner mas flores en ella. Yo dije que sí. Entonces la botó. Y sonrió.
Son momentos, y son únicos. Ya no creo que hayan mas botellas.
Continuamos el camino sin rumbo, no se donde íbamos, pero ahí estábamos, por el carril bici de noche, sin un alma a la vista. Y llegamos a Meliana, un par de pueblos mas allá. Un pueblo de cuento. Hace años que el no seguía ese camino. Raro, porque es bonito. Llegamos al pueblo fantasma rogando por encontrar un lugar abierto, algo para tomar, para seguir hablando. Así pasan todas las noches, y sino, nos sentamos en un parque a fumar, él lía cigarros y sonríe, yo lo observo. Ahora viene el momento que te gusta, me dice, y se pone a liar cigarros y me mira.
En Meliana no había nada abierto. Llegamos a la estación del metro y propuso, yo acepté: regresar por las vías del metro empujando la bici. Es como si la noche no tuviese fin. Pero no llegamos muy lejos, mucho frío, intentamos, unos perros gritaban y yo me preguntaba cuando nos morderían. Prefiero el carril bici de nuevo. Así, regresamos, resignados, escuchando música por el altoparlante de mi móvil, sintiendo el aire frío; queriendo bajarme de la bicicleta por momentos y abrazarlo, fuerte. Pero no puedo. Así que seguimos adelante.
Continuamos el camino sin rumbo, no se donde íbamos, pero ahí estábamos, por el carril bici de noche, sin un alma a la vista. Y llegamos a Meliana, un par de pueblos mas allá. Un pueblo de cuento. Hace años que el no seguía ese camino. Raro, porque es bonito. Llegamos al pueblo fantasma rogando por encontrar un lugar abierto, algo para tomar, para seguir hablando. Así pasan todas las noches, y sino, nos sentamos en un parque a fumar, él lía cigarros y sonríe, yo lo observo. Ahora viene el momento que te gusta, me dice, y se pone a liar cigarros y me mira.
En Meliana no había nada abierto. Llegamos a la estación del metro y propuso, yo acepté: regresar por las vías del metro empujando la bici. Es como si la noche no tuviese fin. Pero no llegamos muy lejos, mucho frío, intentamos, unos perros gritaban y yo me preguntaba cuando nos morderían. Prefiero el carril bici de nuevo. Así, regresamos, resignados, escuchando música por el altoparlante de mi móvil, sintiendo el aire frío; queriendo bajarme de la bicicleta por momentos y abrazarlo, fuerte. Pero no puedo. Así que seguimos adelante.
En el camino de regreso, le dije que quería que el día tuviese 48 horas. ¿Qué pasa si mañana todos los días se comenzasen a alargar?Valencia se me está quedando corto. Me dijo que porqué no 64 horas. Vale, mejor que 48. Serían, 8 para dormir, 8 para trabajar, 10 para escribir guiones, 4 para ver películas, otras 8 para montar bici en la huerta, 4 para comer, otras 8 para no hacer nada, y otras para hacer lo que tienes que hacer. Y así. Y no nos daría sueño.
Ahora mi consigna es agarrar un mapa de Valencia y marcar todos los parques de la ciudad. Su consigna es llevarme a conocerlos todos, liar cigarros, fumar y hablar. Yo los iré marcando en el mapa, ya puedo haber marcado varios, pero no sé si terminemos. No creo.
Mi paciencia se agota, así que, sentados en la banca de un parque mas, de regreso, a las 5.30am, apoyo mi cabeza en su hombro, y el la suya en la mía. Siempre salimos de madrugada, parece ser otra consigna.
Me pregunta ¿qué pienso?. Le digo que estoy viendo sus zapatillas, el me dice que el ve los carteles de la calle. Le digo que para que pregunta si ya sabe en que pienso. Sonríe, siempre sonríe. No se nada. Y no quiero saber, así está bien.
Me ha gustado bailar una vez mas. Ya no me cierro. No puedo vivir de nostalgia. Nadie. Algo me dice que esto nunca va a acabar ni comenzar. Y no puedo vivir de melancolía; si de impulso, de vida.
Ahora mi consigna es agarrar un mapa de Valencia y marcar todos los parques de la ciudad. Su consigna es llevarme a conocerlos todos, liar cigarros, fumar y hablar. Yo los iré marcando en el mapa, ya puedo haber marcado varios, pero no sé si terminemos. No creo.
Mi paciencia se agota, así que, sentados en la banca de un parque mas, de regreso, a las 5.30am, apoyo mi cabeza en su hombro, y el la suya en la mía. Siempre salimos de madrugada, parece ser otra consigna.
Me pregunta ¿qué pienso?. Le digo que estoy viendo sus zapatillas, el me dice que el ve los carteles de la calle. Le digo que para que pregunta si ya sabe en que pienso. Sonríe, siempre sonríe. No se nada. Y no quiero saber, así está bien.
Me ha gustado bailar una vez mas. Ya no me cierro. No puedo vivir de nostalgia. Nadie. Algo me dice que esto nunca va a acabar ni comenzar. Y no puedo vivir de melancolía; si de impulso, de vida.
Me ha gustado la huerta. Ahora quiero toda la huerta para mi. Me hace falta.
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